La Boda

Ya nadie la oprimía. Nadie la gritaba; pero todavía resonaban los ecos de las voces rebotando en las estructuras, que ya no son visibles pero que aún la seguían empujando.

Era un logro soportar los días que se despeñaban, arrastrando semanas, que al caer hacían temblar los meses. Era un triunfo encontrar el aire que cupiera en la nariz para poder respirar, para poder mirar, para poder amar.

La figura mas visible de su angustia era el pasado y éste una batalla a ganar, un privilegio que debía conquistar, un tabú que debía ser gritado. Su pasado parecía pertenecerle a otra persona, a otra muy distinta de ella misma. En el espejo, su imagen la miraba a diario con reproches,

Su feminismo empezaba en un silencio atronador que no quiere violencias. Debía desempolvar su soledad y meter en la bolsa de basura su dependencia.

Sí, se casaría. Pronto. Su novio sería la libertad y su luna de miel un viaje eterno, vital, de seguridad en sí misma.

La vieron salir un día, de madrugada, calle abajo: sin maleta, sin ruido y sin pasado. Tan solo la miraron desde su ventana las margaritas, que siempre fueron muy curiosas.

Soren

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