La mansion blanca

La tarde era soleada aunque el cielo amenazaba con descargar tormenta. La mochila pesaba poco, llevaba lo imprescindible: documentación, botellita de agua, chicles y el móvil. La fachada del edificio se le aparecía menos terrible que otras veces, siempre que pasaba por delante le daban escalofríos, pero ahora parecía más amigable, con esos enormes cristales en la entrada. Por el interior extensos pasillos mortecinos serpenteaban por el vientre de la bestia. ¿Sería capaz de pasar allí una noche? ¿Sería capaz de dormir? La apuesta había sido atrevida: una sola noche y vuelvo victorioso. Se acomodó en una cama pequeña de una de las cientos de habitaciones que estaban abiertas. El sol comenzaba a excusarse y la noche se adivinaba por lontananza. Apenas pasaban unos minutos de las nueve cuando se empezaron a oír pasos por los pasillos. Desde la rendija de la puerta se podían ver a cientos de figuras recorrer los pasillos, caras pálidas, muecas de dolor, largas túnicas blancas y azules. Algunos llevaban instrumentos metálicos con ruedas en las manos. Sin duda cuando anocheciera vendrían a su habitación, debería estar preparado. A pesar de que se encontraba débil, debía sacar fuerzas de flaqueza y defenderse. A eso de las diez se abría la puerta de pronto y una de esas figuras, sin duda una de las más importantes, entró y se dirigió hacia él. Tragó saliva y el corazón dobló sus pulsaciones…

– Señor Perez, no? ¿Es Ud. alérgico a algo?

 – No.

– Bien, pues si no hay novedad, es Ud. el primero en el quirófano para mañana. Sobre las ocho y media vendrán a por Ud.

Como había supuesto, vendrían a por él a las ocho y media.

 

Soren.

Deja un comentario